domingo, 10 de marzo de 2019

FALLECE JAVIER MALDONADO OCAMPO UN APASIONADO Y DEFENSOR DEL ECOSISTEMA

Foto Universidad Javieriana
El Ecólogo Javier Maldonado Ocampo murió tras naufragar en medio de una excursión que adelantaba por el departamento del Vaupés. Tenía 42 años, era profesor del departamento de Biología de la Universidad Javeriana desde hace ocho y contaba con una amplia experiencia como ictiólogo, hace más de 20 años. Desde 2016 venía realizando un proyecto de investigación sobre 'Peces Amazónicos y Cambio Climático', el cual es financiado por Colciencias y hace parte de un programa multinacional sobre la fauna de peces de la cuenca amazónica.

Maldonado era un hombre apasionado por la conservación del ecosistema, los peces de agua dulce y recorrer el país en su bicicleta. Alumnos y compañeros de trabajo recuerdan su trabajo intenso y su preocupación por el medio ambiente y el cambio climático.

Según Fernando, uno de sus hermanos, Javier “estaba haciendo una colecta de peces en el río Vaupés, entre Mitú y Yavaraté. Él salió junto a cuatro compañeros – dos de ellos indígenas- de la comunidad Matapí y a un kilómetro sufrió el accidente”.

El ictiólogo era oriundo de Ubaté (Cundinamarca), hincha de Millonarios y amante de la bicicleta, escribió 47 artículos científicos sobre sus estudios durante 20 años.

Al conocer de su muerte, algunos de sus estudiantes también lamentaron lo sucedido: “Es una noticia fuerte ya que era uno de los mejores profesores e ictiólogos del país. Luego de esto se debe verificar la seguridad de las personas que viajan, de pronto hubo fallas”, dijo uno de ellos.

Lamentamos su fallecimiento y enviamos nuestra solidaridad y nuestro pésame a sus familiares y amigos. DEP

Video homenaje de la Universidad Javeriana a Javier


Colección de fotografías de su Facebook

A continuación reproducimos la última publicación en su blog:




Hoy al pasar menos de una semana de haber llegado a los 42 años, me encuentro de nuevo en lo que comúnmente conocemos como trabajo de campo. Pero en esta ocasión a diferencia de estar colectando peces en algún río de nuestra geografía, estoy en el Magdalena Medio visitando cuatro comunidades (Bocas del Carare, Las Islas, Barbacoas y San Rafael de Chucurí), con el fin de trabajar con los niños de segundo y tercer grado de las respectivas escuelas en un taller sobre taxonomía del oro del Magdalena o más comúnmente conocido como bagre rayado del Magdalena. Actividad que hace parte de una nueva propuesta escolar que busca reafirmar la importancia de conservar el bagre y el río desde edades tempranas.


Y es precisamente en estos pocos días, en este caluroso Magdalena Medio, que realizo un breve recuento mental sobre las marcas que el estudio de los peces de agua dulce y el trabajo de campo han dejado en estos poco más de 20 años desde que inicie en esto (que pueden ser varios más si tengo en cuenta el tiempo pasado en la niñez en compañía de mis hermanos y primos en ríos de mi natal Ubaté y otros municipios del altiplano cundiboyacense pescando guapuchas, capitanes y truchas). Desde las físicas, que incluyen picaduras y mordeduras de muchos tipos, manchas en la piel, electrocutadas, arrugas, cortadas diversas, golpes ni que decir, hongos en los pies a los cuales no les he podido ganar la batalla, hasta las por decirlo de esta forma, espirituales.


Estas últimas podría dividirlas en dos: a) las de tener el privilegio de haber estado en diversos lugares, muchos a los cuales difícilmente regresaré y que simplemente son mágicos, nos recuerdan lo frágiles que somos y reafirman que somos sólo un pequeño componente más de este hermoso y asombroso árbol de la vida y b) las de en muchos de esos lugares, sino en todos, toparme y conversar con pobladores que, desde mi observación, en muchas ocasiones muy tangencial, desarrollan sus diversos modos de vida para sobrevivir, en un país que la mayor parte del tiempo, precisamente se ha encargado de invisibilizarlos.

Conversaciones que se han prolongado a lo largo de estas jornadas de campo, en las cuales muchos de estos pobladores (campesinos, comunidades indígenas y/o afrodescendientes, hasta grupos al margen de la ley), en el mejor de los casos, nos ven como bichos raros en busca de otros supuestos bichos raros. Conversaciones que se convierten en las mejores clases que jamás haya podido tener en un aula tradicional de clase a lo largo de todo mi proceso de educación formal, ya que me enseñan, contextualizan y ponen en bandeja de plata, esa realidad “no” científica de nuestro país, que no hace parte de los currículos disciplinares que se estructuran desde el centro del país, y que a la vez se supone que velan por la formación integral del individuo.


Lecciones acumuladas que con el paso del tiempo me han permitido reflexionar sobre mi papel como docente/investigador universitario y el papel que la academia/universidad deben tener para lograr esa anhelada transformación de nuestra sociedad. ¿Cual ha sido el impacto de mis actividades de docencia, investigación y trabajo de campo en la realidad de mi país? Pues obvio dirán la gran mayoría de mis colegas, y por supuesto ha sido por mucho tiempo mi propia respuesta, pues la generación de conocimiento a través del proceso de intentar responder preguntas particulares y la participación en los procesos de formación de estudiantes, que, por supuesto ayudan a la construcción de un mejor país, pues partimos de la premisa que un país que le apueste a la investigación, la ciencia y la educación es un mejor país.


Sin embargo y escudriñando muy en el fondo, creo que el mayor aporte que haya podido hacer hasta el presente, está relacionado con ayudar a darle una mayor visibilidad a los peces de agua dulce en diversas instancias y escenarios locales, regionales, nacionales e internacionales; de esta forma llamar la atención sobre la necesidad de su conservación así como de los ecosistemas donde viven, no sólo porque son un componente más en la mega diversidad de nuestro país, sino por lo que representan para las comunidades rivereñas a lo largo y ancho de nuestro territorio. El resto de aportes y sin quitar el valor que puedan o no llegar a tener en el mundo de los cuartiles y factores de impacto, ha sido una entretención personal soportada y hasta cierto punto patrocinada por un sistema académico que busca responder a diversas métricas, en su mayoría alimentadoras de egos personales e institucionales.


Por esto mismo, es que cada día valoro más estas marcas físicas y espirituales, que surgen a través de la tradición oral, el contacto directo, que no requieren de métricas y que el trabajo de campo me permite seguir acumulando. Por lo tanto, el regalo más preciado que he recibido hasta el presente como estudioso de los peces de agua dulce, es el poder conocer y recorrer las entrañas de este brutal, en toda la dimensión de la palabra, espacio geográfico llamado Colombia a través de sus venas de agua dulce. De esta forma intentar comprender las causas, orígenes y el porqué de nuestra realidad y del porqué es tan complejo darnos la oportunidad de construir precisamente una “nueva” realidad para nuestra sociedad, pues, al fin y al cabo, cada uno de nosotros somos responsables en menor o mayor grado de lo que pasa en el patio de nuestra casa.

Sigo acá en campo, asumiendo el reto de hacer un taller de taxonomía del bagre rayado del Magdalena, con niños donde los más “afortunados” cuentan con un espacio llamado escuela y donde lo menos “afortunados” a duras penas cuentan con un “tablero” pegado a dos palos y un suelo de tierra. Sigo acá y espero poder seguir en otros lugares, descubriendo las entrañas de mi país y las propias, hasta que el cuerpo aguante. Sigo acá empeñado en aprovechar la maravilla de los peces y los ríos para de alguna forma ayudar a transformar realidades “ajenas” y propias.

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